Antonio Rodríguez Almodóvar: «El andaluz no es un vulgarismo, sino una forma evolucionada del castellano»

El literato pide al ya excónsul de España «respeto» tras sus bromas sobre el acento de Susana Díaz

M. MOGUER

Las burlas a la forma de hablar de la presidenta de la Junta, Susana Díaz por parte del ya excónsul de España en Washington Enrique Sardá Valls han reavivado la eterna polémica sobre el hablar del Sur y sobre el estereotipo del andaluz inculto . El profesor y escritor Antonio Rodríguez Almodóvar sale al paso de la polémica y deja clara la dignidad de este acento.

-Habrá leído el texto que publicó el excónsul en Washington...

-Me parece lamentable y vergonzoso que alguien situado en una atalaya política tan importante como el consulado de España en Washington se preste a estos gestos. Y desde luego habla muy mal de quien lo hace y se burla de cómo hablan los andaluces.

-¿Siempre han existido esas bromas sobre el acento andaluz?

-La moda de reírse del acento andaluz es algo muy antiguo. Comienza con la publicación de la Gramática de Antonio de Nebrija, en 1492. Entonces a los escritores de la Corte les debió parecer muy mal que un andaluz, un sevillano, publicase la primera gramática del castellano. Y empezaron las bromas. Así de antiguo es este asunto. Hay que tener en cuenta que, mientras Cristóbal Colón navegaba hacia lo desconocido, un andaluz ya hacía balance y escribía sobre cuál era el estado del castellano. Eso no se lo perdonaron. De estas burlas al acento del Sur hay registros escritos ya en los sainetes del siglo XVIII, donde el gracioso siempre era un andaluz.

-¿Y solo ha pasado con el andaluz?

-No, el catalán a principios del siglo XIX también fue objeto de burla. Como el vasco, también por esa época. Entonces «el vizcaíno» era un personaje recurrente del que se reía la gente en las obras literarias, como ahora el andaluz. Simplemente, la mala fama del andaluz ha sido más intensa que la de otros hablas. Parte de culpa está en los sainetes que escribían los hermanos Álvarez Quintero, quienes hicieron un abuso de los localismos y de los regionalismos para hacer gracia. Machado, tras salir del teatro de ver una obra de los hermanos Álvarez Quintero estaba espantado y comentó: «Si esto es Andalucía, yo prefiero Soria».

-¿Pero por qué encuentran gracioso el andaluz fuera de Andalucía?

-Son varias cosas. Primero el andaluz se apoya mucho en lo coloquial, no hay un prurito culto en la manera de hablar de los andaluces. Y eso provoca burlas. Y luego existe una presunción de superioridad lingüística por quienes no son de Andalucía. Es algo que se hereda y que bebe también del problema del centralismo en España, en peleas políticas de esa índole.

-Pero entonces, ¿tiene algún fundamento las bromas sobre cómo se habla en Andalucía?

-No, de ninguna manera. El andaluz es una forma evolucionada y también avanzada del castellano. Desde luego no es una deformación ni tampoco una vergonzante deriva vulgar del idioma. Y, por supuesto, no es un vulgarismo.

-Pero sí tiene sus peculiaridades que lo hacen una variante muy «colorida», por decirlo así.

-Por supuesto. Fíjate que en Andalucía nunca se ha dicho «idos», no existía la polémica que se ha montado últimamente con la dicotomía «iros» e «idos». Aquí se resolvió de otra forma. Cuando Lola Flores dijo aquello de «Si me queréis, irse», ella estaba diciendo muy claramente lo que quería decir y, además, todo el mundo la entendió perfectamente. Eso es el andaluz.

-Tendrá entonces el habla andaluza sus defensores también, ¿no?

-Hay muchos y muy variados intelectuales que han elogiado al andaluz. El andaluz ha sido alabado por gente de tanto prestigio como Torrente Ballester, que decía que el mejor español se hablaba en Andalucía.

-¿El acento andaluz solo trasciende para ser mofa fuera de su tierra?

-No es así. El acento andaluz es fundamental en América. El habla suramericana le debe mucho al andaluz, del que bebe.

-¿Qué le recomienda entonces al excónsul de España en Washington tras sus declaraciones sobre el andaluz?

-Le diría que debería volver a estudiar diplomacia, buenas costumbres y, sobre todo, mucho respeto.

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