Pasar el rato

Títulos vendo

Si Córdoba se hubiera convertido en el asombro de Occidente, entonces daría igual que la señora Ambrosio no tuviera terminado el bachillerato

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, conversa con el rector de la Universidad de Alcalá de Henares, José Vicente Saz EFE
José Javier Amorós

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Desde que Alfonso X de Castilla y León , llamado el Sabio, definió el estudio en la Partida II como «ayuntamiento de maestros y de escolares con voluntad y con entendimiento de aprender los saberes», no hay mejor manera de dar sentido a la Universidad que refiriéndola a este criterio. El progreso, que es republicano, ha demostrado que se trata de una real exigencia poco afortunada, que aburre y desencanta. Y la Universidad , mediante sucesivas degeneraciones, también llamadas reformas de los planes de estudios, ha ido adquiriendo otro color administrativo. Más alegre. Hasta convertirse en un mercadillo de abalorios y complementos de la personalidad de señora y caballero. La personalidad no cambia, que es a lo que veníamos; se adorna, nada más. Hay adornos en las más inverosímiles ramitas del conocimiento y de la ignorancia. La forma es el fondo. Pero un título, como los veinte años del tango, no es nada. Un título no enseña a hablar, leer y escribir, que son los saberes básicos sobre los que se encabalgan los adornos. Con esas tres habilidades sublimes hay para pasar todos los inviernos de la vida del hombre sobre la tierra. Y para darle brillo a la eternidad, después.

Nadie que es puede ser sin alguna titulación universitaria. Habrá que ver lo que es. Francisco Umbral no tenía adornos universitarios, pero eso no le impidió convertirse en uno de los mejores prosistas de la lengua castellana. Era tan vanidoso como Pablo Iglesias , lo conocí, pero él tenía motivos para presumir. Iglesias, en cambio, un titulado, ni tiene motivos ni tiene el vocabulario del maestro. Y sin embargo, se mueve. La alcaldesa de Madrid es jueza . En este caso, el título no le hace justicia a una personalidad vulgar y sectaria. Un título es una nota a pie de página, no una goma de borrar. Cuando el Rey de España le entregó el Premio Cervantes de Literatura a Juan Marsé , uno de los grandes novelistas españoles, no le preguntó por qué no había estudiado una carrera universitaria. Consideró de mal gusto discutir con un genio sobre una menudencia.

Entre la gente con cargo público se ha puesto de moda presumir de lo que se carece, con lo fácil que es hoy hacerse con un máster o con un escaño en el Congreso . Ejemplo de lo primero, Cristina Cifuentes , esa rubia exagerada y pendenciera, que aún preside Madrid . Lo segundo no necesita ejemplos. La alcaldesa de Córdoba se ha unido al coro de los cantores sin partitura. Sin título, pero con trino. No es graduada en Magisterio , como dice su biografía oficial. ¿Y qué? ¿Por qué hemos de cebarnos en lo accesorio, si tiene deméritos suficientes para la crítica civil? ¿Está Córdoba mejor que cuando ella llegó al Ayuntamiento? ¿Somos más felices? ¿Nos sienta mejor la tercera cerveza? Si los votantes de derechas han contestado no a las tres preguntas del cuestionario, eso no se compensa con tres doctorados. Y si Córdoba, bajo su mandato, se hubiera convertido en el asombro de Occidente , entonces daría igual que la señora Ambrosio no tuviera terminado el bachillerato. Lo preocupante no es lo que no ha hecho en la Universidad, sino lo que ha hecho en el Ayuntamiento . En cuanto a atribuirse indebidamente un título académico, eso le parece a uno asunto menor, mentirijilla infantil, de las de «pues mi papá puede levantar un coche con una sola mano». Y luego resulta que ni sabe conducirlo con las dos.

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