PRETÉRITO IMPERFECTO

Tito Juanpi

Al señor Durán le ha jugado una mala pasada la prisa y esos atajos que siempre le funcionaron

Juan Pablo Durán, durante un acto en su partido RAFAEL CARMONA
Francisco Poyato

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Las prisas suelen ser malas consejeras. O no. El presidente del Parlamento andaluz, y segunda autoridad de la comunidad autónoma, el cordobés Juan Pablo Durán, siempre fue un adelantado. No en los términos que Rafael Gómez llegó a entender el cumplimiento de la ley cuando impulsaba en sus conexiones neuronales el emporio «Sandokán»: «Voy por delante de la ley y no me puedo parar», decía quien apura hoy sus horas en libertad haciendo un particular casting presidiario. Durán, escaso de formación académica pero sobrado de fontanería política, siempre tuvo un olfato mayúsculo para los atajos. La astucia ligera de equipaje galopa en muchas ocasiones como una eficaz tabla de salvación. Y lo hace sorteando el bosque denso de la inteligencia adquirida, que no innata.

Diecisiete años en las tripas del PSOE cordobés y lustros en el regional dan para muchos créditos y doctorandos de la universidad de la calle. Un acervo del que algunos políticos, de manera torpe, reniegan. El atajo le ha servido, en ocasiones, al señor Durán para salir del sitio inapropiado en el momento justo. Esto es, cuando abandonó su acta de concejal y portavoz municipal socialista en el Ayuntamiento de Córdoba tras haber logrado los peores resultados en unos comicios locales. A otra cosa, mariposa. Por eso la astucia no necesita embridar a la coherencia ni los principios, cabalga salvaje. Y así, con el partido atado y bien atado, Juan Pablo Durán cogió la autovía por La Carlota camino de Sevilla, donde las raíces del «susanismo» crecían de manera imperial. Quien no estaba en la corte no podría nunca llegar a la cúspide. Y en esas, el voluntarioso hombre de aparato —con Doñarrosa siempre a mano de copiloto— se encontró una mañana en la galería ilustre del Hospital de las Cinco Llagas de la que cuelgan los retratos de los presidentes de la Cámara andaluza, impartiendo institucionalidad con una mano y carnés de partido con la otra ante la atónita mirada del hemiciclo. Sin remordimientos absurdos. Entre catedráticos y algún butanero meritorio. Sin parangón. Sin libro de estilo. Sin currículum pero con esos quince minutos de gloria de Andy Warhol que se convierten en una eternidad para algunos.

Desde esa atalaya privilegiada, Durán ha permanecido como espectador, actor de reparto o simple figurante en la catarsis que el PSOE ha vivido a nivel nacional en los dos últimos años y medio en los que él lleva también al frente de la sede parlamentaria andaluza. Un máster que no tiene precio. Ha conocido mundo. Comensal de últimas cenas, muñidor de indigestos banquetes o simple cocinero de los fogones de primer nivel o ventorrillo de cuneta con memoria histórica. Nunca faltó a su cita provinciana para reivindicar su patricia hegemonía y los límites de sus confines mandatarios. Ha dispuesto de una buena red de colaboradores y cooperantes —salvo honrosas mordidas— para solidificar un poder que ha tenido que ceder hace pocas fechas de manera irremisible en la teoría, y que no parece dispuesto a seguir en la práctica cortando fina la hierba que pudiera crecer en torno a la alcaldesa doña María Isabel, su cuenta pendiente.

Y en esa meseta de relativa calma, al señor Durán le ha jugado una mala pasada la prisa..., que ha tornado en precipitación, argumenta él, pero con vocación nacionalista y familiar —como todo buen nacionalismo—. La segunda autoridad de Andalucía debe honrar a la mujer del César, saberse a la altura del puesto que ocupa y no mancharse la ropa con tejemanejes plebeyos que acaban descubriendo las vergüenzas de cada uno, por muchos atajos que cojan. Catorce mil euros a dedo a la empresa donde el sobrino de don Juan Pablo acaba de entrar a trabajar como gestor de redes sociales para que hagan ahí, en la globalidad del «like» y el pajarito, la campaña oficial del 4-D. Algo que, como todos convendrán, es un hecho irrelevante a estas alturas.

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