Francisco Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

El síndrome de la bicicleta

La transexualidad infantil es una de esas pedaladas en las que el PP quiere ser más progresista que los propios progresistas

Francisco Poyato
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Hay ocasiones en las que ser progresista es como montar en bicicleta: uno no puede dejar de pedalear porque, de lo contrario, se cae. Por eso, a cada «conquista» de ingeniería social le sigue otra, y luego otra. Sin pulsómetro ni brújula. Y algunas veces, en franca oposición al sentido común cuando no a la razón. Porque la carrera no tiene fin, y la ideología puede más que la ciencia en ciertos momentos. Suele ocurrirle al PP que cuando se monta en la bicicleta para no perder comba, acaba por pedalear con más ritmo y jadeando en el esfuerzo hasta límites sorprendentes o extenuantes. Y en ese ademán, la izquierda siempre le sacará ventaja puesto que no tiene que impostar coherencias, ni disfrazarlas para intentar ganarse a su parroquia.

Puede apearse de la bicicleta cuando quiera mientras el PP termina enredado en los pedales y sin frenos en su afán de mudar principios y ser más progresista que los propios progresistas.

En esta carrera vertiginosa siempre hay una nueva causa jaleada y aceptada por la teoría de lo políticamente correcto aunque suponga abrir la puerta al dogma que erosiona la libertad individual más básica. Alterar la objetividad científica. O incluso la legitimidad paternal. Cada cierto tiempo se cuela en el debate más espumoso una de esas reivindicaciones que se sitúa en el centro del foco y compromete de manera astuta y ansiosa a que todo el mundo se posicione «in extremis» a riesgo de parecer un carca, un descerebrado o un ser maligno si no se atiene al guión preestablecido. Para que pueda seguir cohabitando con la supremacía moral sin ser mal visto.

El PP ha votado esta semana en el Parlamento andaluz una proposición de ley impulsada por Podemos para garantizar un cuerpo de «derechos a las personas que se reconocen como lesbianas, gays, transexuales, bisexuales o intersexuales» y erradicar la Lgtbifobia (sic) en Andalucía. En esa generalidad aplastante no cabe duda de que todos convenimos, salvando algunas barbaridades lingüísticas. Dicha proposición, a la que de entrada no se sumó el PSOE, recoge la posibilidad de que los menores puedan llegar a someterse a un tratamiento de hormonas para el cambio de sexo sin consentimiento paterno. Los populares votaron a favor (recordemos lo que éstos hicieron con el famoso pasaje de la ley del aborto y el boicot a los padres en las decisiones de sus hijas menores) y terminaron la sesión posando con la bandera multicolor del colectivo LGTB.

La transexualidad infantil, que no existe legalmente en nuestro país, es ya una de esas pedaladas en las que hasta se ven codazos por aparecer en la foto del sprint y lanzar guiños a los lobbies correspondientes para captar votos. Puede que rente mucho más en la componenda política que hoy vivimos que simplemente mantener indemnes unos ciertos principios y valores, reconocibles por otro lado. Hasta por la propia credibilidad hacia quienes puedan sentirse más afines a esa ideología que se predica o se «vende».

Cualquier madre o padre va a querer lo mejor para sus hijos y buscará sin desmayo la felicidad de este entorno clave al que muchos ya dan por muerto. De ahí que haya que moverse en el mayor de los respetos y la comprensión hacia los progenitores que sufran en sus casas situaciones de acoso y aislamiento hacia un hijo en edad infantil por cuestiones identitarias, de configuración sociológica o psicológica de su género, no confundir con un rasgo biológico objetivo que llevamos en nuestro ADN. Apartar a unos padres de esa realidad dando barra libre en un menor a la simulación química y quirúrgica de una vida, sin dejar que ésta siga su curso y se decante cuando ese niño o niña sea mayor de edad y pueda elegir la opción que más le plazca, es un auténtico disparate que tendría que explicarse muy bien. Pero como hay que seguir dando pedales...

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