Rafael A. Aguilar - AL NORTE DEL SUR

El prodigio y el futuro

Nieto se marcha de la ciudad en la que todo es posible: sus silencios tras la derrota rumiaban su nuevo horizonte

Rafael A. Aguilar
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En la ciudad de los prodigios todo es posible. Otra vez. No hay de qué extrañarse. La península de Miraflores es el banco de pruebas. De nuevo. Más pronto que tarde alguien habrá de convertir en un objeto de estudio esa parcela de tierra y explicarle al mundo por qué pasan allí las cosas que pasan. O más bien que está previsto que pasen y que luego no pasan. Qué le vamos a hacer. El terreno es fértil, de eso no hay duda, allí agarran los planos en los que un concejal o varios llegaron a empeñar su futuro político. Otra cosa es que luego la obra eche cimientos. Tampoco es cuestión de meterle prisa al calendario. En los alrededores del enclave lucen aviones que no vuelan -qué gracioso en una ciudad que no tiene aeropuerto o que casi no lo tiene- jaramagos que vienen a explicarlo todo, embarcaderos mal anclados, la fronda que carcome el río a su antojo.

Hay también un museo, o algo parecido. Un centro de creación contemporánea, le llamaron. Un recinto concebido para que en sus anchas y altas salas germine lo mejor del arte de la tierra. Sí, la mole por la que se paseó ayer la consejera de Cultura, otrora alcaldesa de la ciudad. «Es una verguenza que todo se vaya a quedar en un multicines», lamentó socarronamente su sucesor en el cargo -lo de Andrés Ocaña fue un interregno- cuando todavía no sabía, o quizás sí, que su nombre rondaba por la cabeza de alguien importante para encumbrarlo en Madrid.

Los rumores se han confirmado, pues. Así que se va. Nieto en Madrid. Secretario de Estado de Seguridad. La pérdida de la Alcaldía le dibujó un semblante triste, de político con un solar baldío, o con varios, a sus espaldas, y con más cosas que se han quedado en el tintero de las que ha podido hacer realidad. Pareció por momentos que le costaba mucho levantarse. Que no lo iba a hacer. Nombró a Bellido portavoz municipal y para él se inventó otro título honorífico dentro de la estructura del partido en el Ayuntamiento. El hombre se hizo invisible en los plenos. Se volvió mudo, se amparó en la discreción callada para digerir una derrota en las urnas con la que no contaba. Estaba dolido, andaba dolido, pensaba dolido. La versión oficial, de la que no abusó en público, era que el ascenso del populismo se había cebado con él, que el pacto entre el PSOE e IU y la respiración asistida de Ganemos le habían dejado sin oxígeno.

Pero él sabía que esa no era toda la verdad, que ese argumento estaba cojo. Y a veces, las más de ellas en conversaciones a media voz, reconocía que una parte importante de su destino truncado -y a estas ahora rehecho- era responsabilidad, o culpa, de los suyos, que se habían quedado en casa cuando más falta hacía que fueran a votar. Ahora sabemos que con sus silencios estaba rumiando su futuro, que ya es prometedor. De nuevo.

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