Mario Flores - EL DEDO EN EL OJO

Con la música a otra parte

La marcha de Klara Gomboc retrata el interés por la cultura

Mario Flores
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Aunque constituye el paradigma de nuestra época, la noticia ha pasado casi desapercibida por la mayoría de los cordobeses, a pesar, ya digo, de que ejemplifique a las mil maravillas la burricie que a todos nos asuela.

Me estoy refiriendo a la patada en el culo (ya que de burros hablamos) que ha sufrido la violinista de la Puerta del Puente, Klara Gomboc. Esta joven artista eslovena, licenciada por el conservatorio superior de música de Ljubijana, ha tenido que cerrar el maletín de su instrumento y emigrar a tierras más cálidas donde su arte vuelva a ser apreciado por las autoridades. Porque han sido las autoridades de nuestro consistorio y sus arbitrarias normativas las que, de desagradecido modo, han provocado el exilio de esta joven música que ha tenido que abandonar nuestra ciudad, esa Córdoba que la enamoró hasta decidir quedarse, la que la deslumbró hasta encandilarla y, trágico acto final, la que le dio finalmente la espalda; o, para ser justos, la ciudad cuyo Ayuntamiento decidió que ya estaba bien de excelencias, de romanticismo y de sensibilidades fatuas, porque los ciudadanos, y cuantos nos visitaban, eran un poco más felices al escuchar la música de la grácil Klara.

Cualquiera podría pensar que el co-gobierno de izquierdas de nuestra ciudad parece tener alguna cuenta pendiente con la cultura. Y por eso no acaba de resolver la apertura nocturna del Alcázar de los Reyes Cristianos con su correspondiente espectáculo de luz y color, como tampoco termina de ordenar las cosas para no tener que cerrar los lunes los museos y el propio Alcázar (sobre todo aquellos lunes que dan paso a un día festivo). Ellos, que tanto se refocilan de culturetas, parecen empeñados en impedir que los cordobeses y los turistas disfrutemos de nuestras excelencias culturales entre las que se contaba nuestra excelsa violinista.

Si no están contra la cultura (cuestión ésta que estamos en condiciones de dudar seriamente) sí que parecen vivir incómodos con la idea de la excelencia. Vienen demostrándolo con su cerril y montaraz actitud de tumbar cuantas reformas educativas tengan que ver con recuperar tan importante valor y han hecho de la igualación por la peana una forma expedita de equiparar a todos por la peana. Tal vez sea esa la razón por la que nuestra sublime instrumentista haya tenido que emigrar ante el argumento, según parece, de que la Puerta del Puente es de todos y todas, incluidos e incluidas aquellos músicos y músicas de chichinabo que con un «do, sol, la menor y fa» mal puestos sobre el mástil de una guitarra nos castigan los oídos con canciones de Bob Dylan (tal vez reivindicando ese espíritu grosero de no recoger los premios a la excelencia que, por cierto, el cantautor no atesora para un Nobel de Literatura).

Como para esta izquierda «el sol sale para todo el mundo» a partir de ahora va a tener el mismo derecho que la magistral Klara Gomboc cualquier «petit-maitre» (petimetre, vamos) que se tenga por músico (ojo, que buenos músicos los hay en nuestras calles, pero que también la ocupan quienes mejor que cantautores deberían reconvertirse en «autocantores» y darse la lata a ellos mismos en el patio de su casa que es particular).

Decía al principio que esta noticia refleja a la perfección el signo de nuestro tiempo: la excelencia postergada, proscrito lo sublime y exiliada la belleza. Hoy corren mejores tiempos para el feísmo, la pretenciosidad y lo somero. Y para arrinconar a quien ose destacar. Te vas Klara, pero te quedas en nuestros corazones, esos mismos corazones que nos hielan quienes, desagradecidamente, decidieron un día echarte.

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