Maillard durante su recital en Cosmopoética
Maillard durante su recital en Cosmopoética - ÁLVARO CARMONA
CULTURA

Chantal Maillard, los últimos versos de Cosmopoética

El festival poético dice adiós con actos multitudinarios

CÓRDOBA Actualizado: Guardar
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¿Matar a Platón?En la edición dadaísta de Cosmopoética, quizá tenía toda la lógica que el festival terminase con un acto que se titulaba así. Después de catorce días de lecturas y reflexión, le toca a otra ilustre de las letras: Chantal Maillard, nacida en Bélgica aunque luego nacionalizada española y que ha unido su pasión por la filosofía con aquella que le ha llevado a conocerse a sí misma a través de la escritura poética. El Teatro Góngora, a oscuras, escucha las palabras de la escritora, que avanza en su obra por paradojas y palabras, por su visión del mundo, por la oscuridad y por la luz, y el espectador acaba pensando en si no tendrá razón el título.

No está sola: la acompaña un grupo con percusión y contrabajo, y sus palabras suenan como un enigma: «No existe el infinito, pero sí el instante».

Es el final, de Maillard son los últimos versos de Cosmopoética y hubo quienes no se quisieron perder ningunos en toda la jornada. No lo habían hecho, desde luego, con Joan Margarit, de quien se disfrutó a media tarde.

Al mediodía se había convocado a dos escritores de distinto estilo y generación: Cecilia Quílez y Rodolfo Serrano (quien a su vez fue clave para la creación misma de Cosmopoética).

En esta sesión del mediodía la primera en participar es Cecilia Quílez, alguien que a tenor de cómo se describe podría pasar por ser una «Marinera en tierra», un algecireña que vive en Madrid, pero que sigue recordando a su tierra natal.

Para mostrar su poesía se descalza, como si caminase por la orilla de su Mediterráneo, y comienza a caminar por el escenario renacentista de la sala Orive. Por los altavoces llega el sonido del mar y la forma en la que el agua y en la pantalla se proyectan una serie de creaciones visuales, casi siempre alegóricas y que no dejan de recordar a lo que va contando en sus versos Cecilia Quílez.

Los versos comienzan a brotar en poemas largos, muchas veces escritos en una primera persona que no tiene por qué ser autobiográfica, pero que tiene un acento muy personal. En «Memoria salina», Cecilia Quílez confiesa: «Lo primero que recuerdo es haber hablado a una sombra. Mi sombra», para confesarse como una niña «que envidiaba la suerte de los peces».

Su poesía tiene a veces el tono elegíaco y las preguntas propios de ciertos autores anglosajones: «Choco de frente con mi propio fantasma», dice mientras recorre el escenario en uno y otro sentido, mientras pregunta a un ser misterioso — Dios, ¿quizá?— al que se cuestiona por la existencia mientras aparece en la pantalla de la sala.

Recuerdos y retratos

A su término es la hora de Rodolfo Serrano, un poeta, como ella, «un francotirador» por su falta de adscripción a grupos, escuelas o corrientes. El poeta habla primero de la memoria, pero enseguida lee «Días en Córdoba», sobre sus cuatro años en la ciudad y sus paisajes. Con un tono mucho más coloquial, pero abundantes hallazgos de imágenes y comparaciones confiesa: «Gasto más en farmacias que en los bares. A las diez de la noche estoy hecho unos zorros», dice mientras habla de amor y de retratos que hace a personas que encuentra en el metro, y a las que imagina vidas. Desatan el aplauso del público y demuestran que hay muchos caminos para las musas.

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