PRETÉRITO IMPERFECTO

Gorrillas en la niebla

Pocos instantes más críticos hay a diario que la cita a ciegas entre el gorrilla, usted y el hueco

Un gorrilla en la zona de República Argentina en Córdoba VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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Territorio comanche. El problema de los gorrillas , tan acuciante como sigiloso en Córdoba , fija ese campo de batalla diario en el que todos nos hemos sumergido alguna vez con pinturas de guerra en las mejillas. Un bordillo. Una loseta fracturada vilmente. Un charco. Un árbol decadente. Una farola o un paso de cebra tienen ese estímulo revolucionario en el pueblo frente a la autoridad que ningún otro estigma gestor puede sembrar en el alma cándida del vecino de a pie.

Pueden caer siete planes estratégicos municipales encriptados, dos trenes de cercanías, tres consultorías para el trinque de los amigos de lo ajeno, veinte presupuestos con regla de gasto, ocho reuniones del Grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad; seis plataformas civiles y otras tantas comisiones inútiles... que no habrá momento más zozobrante para el cordobés de a pie que bajarse del coche aparcado y encontrarse a su «adversario» con la mano extendida, franca y mordiente en busca de la contraprestación por los servicios prestados (¿). Sin palabra que medie. Sin versos de asfalto. Sin miradas cómplices... Achique de espacios a lo Menotti . Pocas veces un hueco genera tanta libertad y consuelo, o despierta, sin solución de continuidad, los más bajos instintos en el ser humano.

Lo cierto es que la infantería del peto amarillo y los pacientes conductores mantienen a diario unas citas nada amorosas en diferentes puntos de Córdoba sin que se atisbe entendimiento. Gorrillas que conviven en la niebla de las normas. En un bosque nebuloso en el que las reglas son endebles, flexibles y subyacen al presunto y legítimo acto social del donante sin la frialdad necesaria para analizar que se está pagando tres veces por lo mismo.

El señor que aparca en la Victoria , por poner un ejemplo, ya ha pagado como contribuyente para el mantenimiento de la vía pública -sin contar que fuese un espacio proveniente de una expropiación, lo cual serían cuatro- donde hay un espacio reservado para estacionar. Lo hace por segunda vez en la máquina de zona azul -aparcamientos regulados bajo concesión administrativa-. Y llega al triple salto mortal cuando abona un euro con diez céntimos al gentil caballero que a unos cincuenta metros de distancia le viene señalando en un sprint irrefrenable e intimidatorio el hueco. El hueco...

El asunto no puede pasar más desapercibido. La infantería del peto amarillo suele estar conformada por personas en paro de larga duración, con enfermedades que hacen complicada su integración en otros empleos o incansables «buscavidas» que quieren salir del agujero. Y créanme, ellos no tienen la culpa. Intentan ganarse algo de dinero como sea. Ni su carácter, que uno puede hallar en cualquier barra de taberna refinada en Córdoba.

La norma dice que no se les tiene que pagar ni un céntimo, pero la misma norma no impide que las empresas encargadas de explotar estos aparcamientos que en su mayoría están ya regulados por zona azul, operen con una apariencia de legalidad que no surge cuando hablamos de otras actividades a pie de calle que requieren un retahíla de permisos interminables. Si el Ayuntamiento de Córdoba ha llegado a regular y ordenar hasta los músicos callejeros , ¿por qué no hace lo mismo de una vez por todas con los gorrillas y los espacios donde pueden operar...?

De entrada, evitarían la picaresca y tensión que anida en los puntos calientes. Facilitaría una salida real a esas personas y sobre todo paliaría un problema crónico como el aparcamiento deficitario -que duerme el sueño de los justos en los cajones de los proyectos eternos-. Fleming, la estación de autobuses, Lepanto, Cruz Roja, la Victoria, la plaza de toros de Los Califas, Colón ... Gorillas en la niebla.

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