EL NORTE DEL SUR

El escalofrío

Donde hubo belleza, todo se ha vuelto sombrío. Ha pasado en Priego

Cochera donde se hallaron dos cadáveres en Priego Valerio Merino
Rafael Aguilar

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Matilde Cabello leyó ayer en la inauguración de la Feria del Libro de Córdoba un poema del «Universo anhelante» de Mario López , al que la cita recién estrenada del Bulevar del Gran Capitán le rinde tributo con motivo del centenario de su nacimiento. Su título es «Pronto serán niebla» y habla de lo que nadie quiere hablar nunca y de lo que no hay más remedio que hacerlo cuando llega el momento. Los versos dicen así: «Toda muerte merece la eternidad que goza / cuando el mármol olvida la voz del epitafio, / porque la muerte es tierra y el corazón le vuela / su mejor golondrina cuando el latido cesa».

El poema, de cinco piezas, llegó en la apertura del ciclo bibliográfico en una semana en la que Córdoba aún no ha acabado de creerse lo que ha vivido y lo que le ha dolido. La historia vuelve a ser la misma: un sitio que no sale casi nunca en el Telediario , un pueblo perdido en la sierra, al sur de la provincia, que de un día para otro se despoja del todo de la cualidad luminosa de sus muros de cal de abril para volverse sombrío, truculento, extrañamente inhóspito. Donde hubo bullicio, belleza, vida, turistas entusiasmados, niños que tocan con uniformes de músicos junto al Ayuntamiento engalanado con paraguas de croché, viejecitos que solazan en las sombras de la última tarde en las que corre el aire fresco que baja de las crestas romas de la Subbética campa ahora un silencio tenebroso, a veces una maledicencia viscosa en los zaguanes en penumbra, las miradas turbias de la desconfianza, el recelo ante los desconocidos y el rechazo a los entrometidos.

En la sordidez de un garaje se dirimen las bajas pasiones humanas , el resentimiento, la verdad tal vez ocultada y negada durante años, la candidez y la inocencia, la sensación opresiva de un mundo que danza a sus anchas sin importarle lo que a uno le ronda en la cabeza, la imposibilidad de saberse con certeza de una manera o de otra, la perseverancia hiriente en la indecisión, el horizonte por fin de que el camino está despejado y, al poco, de nuevo el círculo vicioso de la duda que taladra la conciencia. Siempre hay un momento en el que la simulación no basta, en el que la ira cabalga sin brida. Lo que ha tardado años en construirse se destruye en un momento.

Basta eso, un momento, para que una historia de amor se deslice hacia el territorio del odio y del reproche, para que ya nada tenga solución bajo la luz macilenta que da una bombilla en un sótano o en un bajo, para que todo sea irrecuperable y solo quede la sangre como el testimonio o como la huella última y funeraria de un fracaso íntimo que dinamita el mes de abril y que contagia de norte a sur y de este a oeste un escalofrío incurable.

El pueblo calla y se retuerce de puertas adentro de rabia y de desolación. Acaba así el poema de Mario López que abrió ayer la Feria del Libro: «Olvidemos la sangre y abramos ancha senda / al recuerdo futuro donde bajo las noches / siderales del mundo nuestro pecho sea cárcel / violada por las nubes que ruinas empenachan»

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