Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

La democracia de la señorita Pepis

Por medio del ardid de los avales, la señora Díaz la logrado liquidar las primarias en 6 de los 8 procesos electorales del PSOE-A

UN voto, para que sea verdaderamente democrático, debe ser secreto. Es decir: que el ciudadano, cuando se enfrente a la urna, se encuentre cara a cara con su conciencia libre e intransferible. Esta es una condición «sine qua non» para que la democracia sea una democracia y no un simulacro de democracia. Que no es exactamente lo mismo. De lo contrario, nos adentramos en el territorio de la intimidación, la servidumbre y el chantaje.

Por ejemplo. Si usted se ve obligado a votar delante de su jefe, es probable que el sentido de su papeleta se vea condicionado por el miedo a su futuro laboral. Si lo hace ante sus vecinos, temerá que mostrar las partes pudendas de sus inclinaciones políticas puedan perturbar la convivencia de su bloque. Si se desnuda ante el secretario de Organización de su partido, olvídese de esa dirección general que anhela como agua de mayo. Y así sucesivamente.

No es lo mismo, por consiguiente, un voto vigilado que uno secreto. Del primero se han servido los partidos tradicionalmente para perpetuar el dominio de los aparatos. Ya lo dijo Alfonso Guerra con todo descaro: «Quien se mueve no sale en la foto». O sea: no va en las listas, ni pisa moqueta, ni se acoge a los múltiples beneficios derivados del poder. Este sistema democrático de la Señorita Pepis ha funcionado (y funciona) con una eficacia contrastada para mantener las estructuras clientelares que usted y yo conocemos.

Entonces llegaron las primarias para joder el invento. Esa dichosa modernez de elegir a los dirigentes por sufragio individual y secreto. La democracia siempre es un inconveniente para las oligarquías. Torpedea su control. El voto secreto es un arma cargada por el diablo que lo mismo extravía una bala contra el pianista que lamina la autoridad del «status quo». De otra manera, hubiera sido imposible que un advenedizo como Pedro Sánchez hubiera alcanzado el poder contra viento y marea, la vieja guardia felipista, la prensa orgánica de Cebrián, el IBEX 35 y Pepito Piscinas, si se pone por delante.

Por eso se han sacado de la chistera la triquiñuela de los avales. Para desactivar las primarias y devolver las riendas al aparato y a su acreditada capacidad coactiva. El aval es un sucedáneo de voto a punta de pistola. Digámoslo sin pudor. Un subterfugio para obligar a los militantes a mostrar sus cartas a cara descubierta y atenerse a las consecuencias. En ese contexto, ¿quién se atreve a respaldar públicamente al candidato perdedor? ¿Quién está dispuesto a arruinar su carrera política y engrosar el pelotón de los apestados?

Ya puestos, podrían haber exigido un mínimo de avales digerible. Un 3%, por ejemplo. Un número razonable que hubiera permitido la libre concurrencia de candidatos para una elección que se presume democrática. Pero no. Según se ve, la democracia no era el propósito de todo este tinglado. Si no, no se hubiera reclamado un 20% de avales, que es como atar los tobillos a uno de los contendientes.

Por medio de este ardid, la señora Díaz ha logrado liquidar las primarias en 6 de los 8 procesos electorales del PSOE andaluz. En Córdoba, el vencedor de esta extravagante democracia sin candidatos es presidente de la Diputación y secretario de Organización del partido. Ojo al dato. Quiere decirse que administra una poderosa maquinaria de poder, que reparte fondos entre los alcaldes y los concejales que debían estampar su firma en los avales de marras. El señor Ruiz dice sentirse muy satisfecho por el «proceso transparente» y la «libertad» con que han votado los militantes. Y diga usted que sí.

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