Dos niños saharauis se despiden de sus familias desde el autobús
Dos niños saharauis se despiden de sus familias desde el autobús - VALERIO MERINO
SOLIDARIDAD

De Córdoba al Sáhara: cómo traducir «hasta pronto»

Los niños del programa solidario «Vacaciones de Paz» regresan a los campamentos de refugiados de Tindouf

CÓRDOBA Actualizado: Guardar
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Yambla ha aprendido a escribir su nombre con los caracteres del alfabeto latino. Aún le bailan la «b» y la «d», pero ahí está su familia de acogida para decirle hacia dónde tiene que mirar «la barriguita» en cada letra. Tiene 11 años y, tras unas vacaciones de dos meses en Córdoba, puso ayer rumbo a su hogar: los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf.

Es uno de los 155 niños que han permanecido en la provincia desde el mes de julio gracias al programa Vacaciones de Paz, impulsado por la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños Saharauis, y a la solidaridad de las familias que participan voluntariamente en el mismo. Ha sido como un campamento de verano muy especial.

Y ya se sabe: cuando acaba el campamento, llegan las lágrimas y la mezcla de nostalgias. La de irse, la de regresar.

«Yambla está confundido», dice la que ha sido su «madre» de acogida en Pedro Abad, Heidi Jiménez. El pequeño no termina de comprender la batalla que libran sus ganas de volver y ver a su familia «real» con las de seguir disfrutando de un verano diferente, lejos del Sáhara. Una historia, fruto de una experiencia «intensa», que se repite en cada una de las casas por las que han pasado, llenos de cariño y de vida, los niños del desierto.

Buchra, de 11 años, ha sido una más en la familia de Adelaida Montes durante el verano y asegura haber aprendido tanto o más de la experiencia que la pequeña. «Te cambia la concepción de todo al ver que ellos necesitan mucho menos que nosotros para ser felices». Buchra vuelve a Tindouf después de dos meses en los que ha podido hacer de todo: ha aprendido a nadar, ha ido a la playa, ha montado en bici e incluso se ha vestido de gitana para ir a la feria de Monturque. Si algo ha sorprendido a su madre de acogida de su carácter ha sido su generosidad. «Le dimos dinero para comprar chuches y se lo gastó en invitar al resto de niños. Ella sólo se compró un chupón».

El choque cultural se nota más en las distancias cortas que en las grandes cosas. Salud Gordillo, que ha convertido estos meses a la pequeña Suad, de 10 años, en una hermana para su única hija, asegura que la saharaui «flipaba» ante cosas tan sencillas como verla conducir o fumar un cigarro. La han llevado a la playa y a conocer la Vera, pero lo que lo que más le ha gustado del verano han sido los ascensores y las escaleras mecánicas de los centros comerciales.

Aunque triste por su partida, Gordillo está contenta porque después del correspondiente reconocimiento médico, Suad vuelve al Sáhara vacunada y protegida, al igual que el resto de sus compañeros. También marchan chapurreando español y sin ser del todo conscientes de lo que dejan atrás. Un centenar de familias agradecidas por haberles enseñado a verse a sí mismos con la limpia inocencia de un niño refugiado, que desean verlos regresar el verano que viene.

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