Francisco J. Poyato - Pretérito Imperfecto

Córdoba misteriosa

Es nuestro secreto más ufano e inaccesible: ¿Por qué no podemos tener un centro de congresos...?

Francisco J. Poyato
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Un misterioso holandés errante envuelto en un oscuro atuendo que ha sido visto por la ínsula de un río en una especie de zancuda danza tribal. Solares enigmáticos que se tragan el dinero a mansalva con una fuerza de atracción inusitada. Políticos poseídos por extrañas visiones de grandeza en mundos irreales. Viejos caserones que cierran las puertas y luchan por no mudar su piel de piedra o acero. Pequeñas criaturas escribanas y diabólicas mentes de los renglones retorcidos que deambulan por pasillos interminables de expedientes con hojas que vuelan de un lado a otro, agitadas, bajo el martilleo sentenciador de los sellos que claudican. Advenedizos mercaderes en busca de presuntos tesoros escondidos transitan rodeados de fanfarrias que se pierden con el paso del tiempo.

Hechiceros sin norte, chamanes incrédulos, poetas del compás y la regla haciendo piruetas imposibles... Voces inhóspitas y de ultratumba que repiten sin cesar en los palacios del poder el eco de la negación perenne: «¡¡No, me pongo; no, me opongo...!!».

Hemos escuchado de todo. hemos creído ver lo que en realidad hemos percibido. Y hemos sentido lo que, en el fondo, no nos atrevemos a contar. En nuestro espíritu anida el desasosiego, la confusión, el temor, la zozobra, la visceral curiosidad por lo desconocido. Es la Córdoba más misteriosa que no sabe dar respuesta a un secreto cada vez más ufano e inaccesible... ¿Por qué no podemos tener un centro de congresos...?

Llevamos dieciséis años viviendo una eterna pesadilla. Como esos golpes a deshoras. Cuando la madera cruje en el silencio de la noche cerrada y uno se aferra a la piel que habita su fuero. Y eso que no hemos querido rebuscar en el desván de nuestros antepasados, cuando ya lo intentó Cruz-Conde décadas atrás, o se produjo aquel parto de los montes en la calle Torrijos que hoy habita el olvido. Daría miedo subir esas escaleras. El mal fario prosigue su letanía cansina y no a lugar a equívocos. ¿Será una condena, una epidemia o un mal de ojo? ¿Nos ha mirado un tuerto? ¿Será una prueba divina, un jeroglífico laico, un sudoku «zen» o la prueba del nueve de un test de realidad virtual...? ¿Quién resolverá el enigma? ¿Tal vez una de esas buenas mujeres que merodean por las entrañas de la ciudad vieja leyendo la buenaventura con aroma a romero...?

Primero la década maldita de Koolhaas. El holandés errante y su llave inglesa que como en los cuentos encantados engatusaba a los hombres y mujeres de la ruda gobernanza con solo agitarla al viento. Aquellos años de vino y «rosas» embriagaron nuestros sueños más ambiciosos. El castillo de naipes crecía más y más mientras el viento se arremolinaba embravecido muy cerca de nuestras tierras. Todos lo vieron, pero la tormenta perfecta derribó la nada hoy cubierta de arena. Monedas, monedas y más monedas que se entremetieron por la tierra baldía.

Tras la tempestad se intentó la calma hurgando en el cementerio de los edificios muertos. Una solución buena, bonita y barata que permitiera llevar a la hambrienta boca el justo bocado que saciara el apetito perdido. Todo pareció empezar a cambiar hasta que, de repente, otro caserón decidió mudar su piel para competir con el anterior a la mesa vacía. Los hombres del poder decidieron pugnar por ver quién acabaría antes el viejo-nuevo centro de congresos que nunca existió. Unos allá en los confines donde se pone el sol. Otros, acá, en un antiguo hospital, donde sucedió aquel parto de los montes, y donde dicen que habitan muchos fantasmas. Ahora, donde el sol muere, la imprecación retorna. Una extraña presencia esperpéntica se ha apoderado de su destino imponiendo un futuro lleno de tinieblas... La maldición continúa.

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