PRIMERA PLANA

Córdoba, huérfana

La ciudad llora la pérdida de dos talentos irrepetibles:el restaurador José García Marín y el poeta Pablo García Baena

Baltasar López

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Se ha puesto 2018 emocionalmente para que pase ya 2019. En quince días, nos hemos quedado sin dos de nuestros genios: el poeta Pablo García Baena y el restaurador José García Marín. Cierto es que tuvimos mucho tiempo para disfrutar de ellos. Pero igual de verdadero es que la muerte es algo que nunca queremos que llegue, y menos en el caso de los mejores, de aquellos que más nos pueden enseñar. De ellos pudimos aprender lo extraordinario que es el ser humano. Cada uno en su campo, le dieron color a una Córdoba en blanco y negro —más en lo segundo que en lo primero—, que, como el resto de España, sufría aún las heridas de la peor de las guerras,una civil, y la falta de libertades.

De saberlos escribir —que no es el caso, porque ya tengo bastante con pelearme con la prosa—, no tendría versos suficientes para elogiar la figura de García Baena. Disfrutar de su obra es gozar con una producción fundamental para comprender la lírica en lengua española en la segunda mitad del siglo XX. No le conocí, pero más allá de su brillantez literaria, me fascina ver cómo una persona que había ganado tantos premios y tan importantes, Príncipe de Asturias de las Letras (1984) incluido, seguía en su casa de la calle Obispo Fitero atendiendo entrevistas con una amabilidad incansable, como ha escrito mi compañero en ABC Luis Miranda, que sí tuvo la suerte de tratarle. En esta época en la que conseguir que un futbolista o un edil te dediquen cinco minutos es tan difícil como poner un hombre en la luna, ese rasgo de humildad de este Dios de la poesía ayuda a comprender el motivo de que en su despedida no sólo hayan alabado su maestría con la palabra, sino también que fuera un hombre bueno.

¿Y qué se puedes escribir de García Marín, quien de regentar un bar en San Cayetano pasó a abrir un establecimiento en el que dio de comer a García Márquez, Severo Ochoa, Yeltsin, Carter...? Su apuesta por la comida andalusí horneó una revolución en los fogones locales, cuyo sabor todavía se puede sentir hoy. Paco Morales, uno de nuestros más destacados cocineros, reconocía en sus palabras de despedida a este genial hostelero que su exitoso restaurante Noor «se inspiró» en El Caballo Rojo. Ese que García Marín hizo galopar para que el nombre de Córdoba empezara a dejar huella gastronómica en España y todo el mundo.

Pese a ser tiempos en los que muchos lo máximo que leen son los 280 caracteres que caben en los tuits y en los que, para otros tantos, los fogones consisten en «plato precocinado al fino golpe de microondas», la ciudad ha sabido ofrecerles una cariñosa despedida. Córdoba se ha quedado en una semana sin dos de sus mejores hijos. Llora la falta de dos talentos irrepetibles y se siente huérfana, con el único consuelo de que las trayectorias de García Baena y García Marín servirán de inspiración y ayudarán a que surjan otros poetas y restauradores.

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