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Carnaval en cuaresma

El botellón en la plaza Juan Bernier se transformó en un catálogo de seres desorientados

Estado en que quedó la plaza Juan Bernier tras el macrobotellón de Carnaval ABC
Natividad Gavira

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En plena cuaresma el barrio huele a incienso y ya por la tarde, un trasiego inusual nos repite la estampa de cada año: hermanos de cofradías afanados en el traslado de enseres para embellecer altares, bandas de música que se refugian en locales para ensayar y las pruebas de esfuerzo para los costaleros. Es común, habitamos una ciudad rica en tradiciones y con ellas convivimos con naturalidad, haciendo un hueco a la costumbre y otro al respeto de elección de cada cual viviendo su vida espiritual, aunque la idea de celebrar el carnaval en plena cuaresma da cuenta de cómo de arbitrario es el respeto a los sentimientos religiosos. En esa tendencia de mudarlo todo no siempre se gana, surgen muchas consecuencias no queridas como un semáforo impenitente al que más valdría obedecer.

El barrio ha sido presa del carnaval , lo más parecido a un campo de batalla. Han pasado muchos días y sigue el asombro en el vecindario que se vio asaltado por una noche sin paredes. El carnaval en la plaza Juan Bernier se transformó en botellas y vasos de vidrios rotos en un diámetro de quinientos metros, como desecho de una rebeldía inexplicable e injustificada. Fue la noche en que niños con edad de jugar a las canicas habían acabado en ambulancias por el consumo de alcohol , abriendo la herida de una sociedad que no acierta a sustituir educación por policía. El olor a alcohol no es fácil de eliminar, mezclado con la suciedad y el recuerdo del estruendo de centenares de jóvenes bebiendo alcohol en el corazón de la ciudad, rompieron la estética y el ambiente acostumbrado. Todos se preguntan hoy qué les llevó a convertir una noche de carnaval en un catálogo de seres desorientados y ausentes.

Alguna de estas escenas debería representarse ante los jóvenes para causarles espanto , para que a modo de espejo puedan ver cómo logran verse reducidos a espectros indeseables. Después de enfrentarlos ante su propia imagen, tan lejos de la dignidad que prefieren, podremos hablar de fracaso social y de pérdida de valores . Ellos deben ser los primeros en valorar su comportamiento.

El gobierno local lleva ya horas planteándose qué hacer con los jóvenes en las inmediatas fiestas de primavera . Estará planificando modos de contención a un verdadero problema de orden público y quizás sean medidas que no impliquen la asunción de responsabilidades de menores y jóvenes, quizás se les aísle de un análisis que les pertenece, como les pertenecen sus vidas en formación. Deben saber en qué se convierten y la intensidad con que se les censura debería abrir en canal sus propias preguntas sin mirar a más responsables. Claro que les venden alcohol, claro que es barato emborracharse así, pero la respuesta a tanta desidia y falta de control solo la tienen ellos. Con un libre NO pondrían en jaque este tráfico oculto que nadie dice reconocer.

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