Luis Miranda - Verso suelto

Capricho futurista

Quizá algunos políticos no quieran ni mirar al C4 pensando en lo que ha costado y en las relativas ganancias que dará

Luis Miranda
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La moderna sociedad de consumo, tan infantil como necesaria para que todo el mundo viva, tan maleable y la vez tan soberana de sus propias decisiones sin que a casi nadie amedrenten las jeremiadas de las Administraciones y sus subcontratas asociativas, se basa en el principio de que a casi todo el mundo se le pasan los complejos por gastar el dinero en aquello que no lo merece. Justo en la mitad de quienes tenían que contar las migas del pan y los que ahora cambian de teléfono sólo por moda, los españoles que nacimos a la vez que la democracia sabíamos que había algo de dinero que gastar en lo que no fuera comida y abrigo, pero también sufríamos enseguida los remordimientos cuando las pesetas de los ahorros de pequeños se iban, por pura inconsciencia, en algo que no las valía.

Para eso estaban los padres, que si no habían tirado de cartilla de racionamiento sí habían apurado las colillas y zurcido los pantalones como para saber que si alegre es comprar algo que gusta, mucho más amarga es la decepción que llega después de la euforia consumista, en el momento en que el castillo de lentejuelas se desintegra y a uno no le queda más recurso que deshacerse entre el orgullo tardío y la impotencia de aquella inutilidad en que se ha dejado el dinero.

La Junta de Andalucía, como todas las comunidades autónomas, está diseñada para gastar mucho sin capacidad legal para recaudar casi nada, y nunca ha dejado de oscilar entre la administración responsable y el puro derroche, aunque con mucha más querencia y afición para el segundo, que para eso ha tenido tierra que regar con el fertilizante de las subvenciones y la tibieza del bienestar, para que diera fruto abundante de votos y de paz social. Los ejemplos de que no se ha hecho todo mal están en los colegios, en los hospitales y en ciertos institutos culturales, aunque ahí tengan la colaboración de tantos funcionarios ejemplares; las muestras del derroche florecen como setas, pero incluso en los políticos, que viven de no sentir nada de pudor por sus propios errores, se puede intuir que al pasar por el puente del Arenal no quieran mirar al edificio de los hexágonos pensando en todo el dinero que se ha llevado y en las relativas ganancias que dará.

En Córdoba hablar del Centro de Creación Contemporánea es casi información de servicio, una ayuda a tantos que han tenido que explicar a amigos y curiosos para qué servirá ese edificio enigmático, y que a veces sí saben y a veces ni intuyen que los 30 millones de euros que ya se ha llevado servirán en esencia para seguir gastando mucho más en pagar a creadores de arte contemporáneo estancias, trabajos y aparatos electrónicos con que producir obras interesantes (o no, o no siempre) pero por fuerza dirigidas a un público pequeño que a duras penas justifica el dineral.

Hace más de cuatro años que terminó la construcción, y cuando se han sucedido los plazos y hasta las trifulcas políticas sin que nadie diga quién estará al frente del C4 ni cómo funcionará exactamente, hay dos caminos para deducir. El más sencillo y el más lógico es el que dice que la Junta no tiene mucho más dinero para seguir y tampoco sabe cómo embridar los egos de los artistas que querrán beneficiarse de la cosa; el más hermoso diría que a algún político se le ha caído la venda de los ojos y está llorando ante el capricho futurista con ganas de olvidar tanto derroche.

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