Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

La burbuja del velador

Normativizar el ocio es para un político como rascarse con punzones en las manos

Francisco J. Poyato
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Hace tiempo el Ayuntamiento creó una mesa para tratar el problema de los veladores (nada más apropiado) y siguiendo la máxima napoleónica y ambrosiana de constituir una comisión para no solucionar el obstáculo en cuestión, el velador del consenso ha terminado hecho añicos y los trozos por el suelo. Nadie con sentido común puede cuestionar ya que los excesos y abusos se multiplican en la vía pública de Córdoba sin miramientos a cuenta de las terrazas, los peatones o vecinos, pero tampoco hay que demonizar ni a todo un sector como el hostelero ni a quienes como justos pagan los pecados de los habilidosos. Y es que, oiga, aparece un rayito de sol y el kit completo de mesa, silla, macetón, valla, tablilla, camarero y toldera empotrada se multiplica con la mística bíblica.

Eso es achique de espacios y no lo que inventó Menotti.

Pesar en una balanza esta áspera polémica con desgaste político conlleva paciencia oriental y destreza. Vivimos en la calle y hasta el «cambio climático» viene jugando a favor de la burbuja del velador, que progresa adecuadamente en proporción a las cornadas de la crisis económica y el mapa de las isobaras. Pudiera decirse que la terraza de un bar cumple una función social, permitiendo la convivencia entre los ciudadanos o los turistas, habilitando el disfrute de un espacio público y, por supuesto, contribuyendo a una actividad como la hostelera que es clave en esta ciudad donde llevamos casi una década con un crecimiento pertinaz del turismo. Vivir la calle es nuestra forma de comunicación más auténtica, ajena a la rigidez de una norma. Una secuencia de datos ilustran a la perfección el alcance. La ordenanza municipal que regula en Córdoba la colocación de mesas y sillas en las calles -a veces con aplicar lo que existe es más que suficiente- es de 2008. En los albores de la crisis. Desde ese momento hasta hoy, el crecimiento del paro es casi proporcional en la ciudad a la del número de veladores -aunque la transparencia prometida en la materia por el simpar García sea mínima-. Y mientras la recaudación de la tasa que grava este fenómeno se ha triplicado en estos años, el número de turistas ha aumentado un 35 por ciento. Como pueden comprobar, intereses hay en juego.

Ahora bien, al otro lado de la balanza están las contrariedades de un fenómeno que ha aventurado a muchos parados con una prestación capitalizada a la apertura de un local y que, a la par, ha salvado de mucha asfixia diaria a mucha gente que acudía a servir mesas o poner copas los fines de semana para ir tirando (menos mal que a Hacienda o la Inspección de Trabajo no le ha dado por entrar en harina o echar a volar drones).

La «apropiación» de la vía pública es un hecho objetivo y basta darse una vuelta por algunas zonas patrimoniales y residenciales de Córdoba. El abuso conlleva transgredir la norma. Ocasiona molestias obvias. Ruido con la prolongación del horario nocturno. Impacta en la imagen de rincones para los que se han puesto salvaguardas monumentales y dificulta el tránsito peatonal, reducido a la mínima expresión o a la llamativa imagen de una familia atravesando la selva de mesas con la sillita del niño a dos ruedas y pegaditos a la fachada como si fuesen a robar un banco. Para colmo, la función disciplinaria anda también partida, puesto que la Policía Local va (no siempre) y levanta boletín de denuncia, pero la precaria situación funcionarial de Urbanismo, amén de una clara voluntad política de levantar el pie del acelerador, imposibilita dar el curso legal a las infracciones.

Vivimos la burbuja del velador, que a diferencia de la de las «telecos», el ladrillo o las «puntocom», es mucho más resuelta. A poco que sale el sol, se abre el parqué y cotiza al alza. Normativizar el ocio es para un político como rascarse con punzones en las manos. Instrumentos posee y no hay que tirarse al monte para poner orden. Otra cosa será pinchar la burbuja.

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