José Javier Amoros - PASAR EL RATO

El avalista

De nuestra Susana no pueden esperarse grandes creaciones, pero tampoco grandes destrozos. Con eso tiene para gobernar

José Javier Amoros
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Ganará Díaz, la exaltación de la vulgaridad, porque tiene enfrente a Sánchez y a López, el rencor y la nada, respectivamente. Esa afortunada circunstancia hace deseable a nuestra Susana. De su jefatura podrá recuperarse el partido más fácilmente. De los otros dos no se repondría jamás. Como no ha logrado curarse aún del paso de Rodríguez Zapatero por la historia. Cuídese del expresidente, señora, cuídese de los idus de marzo, acuérdese de Julio César, no creo que le moleste la comparación, socialismo es humildad. El apoyo de Rodríguez es lo peor que puede ocurrirle a un candidato. Ese hombre vaga por España y por el mundo como un zascandil, un alma en pena sonriente que busca cariño. Huele a huérfano político.

El peligro está en su apariencia inocente. Permanece él mismo en su mismidad, con esa cara sin cuajar, intercambiable y plurinacional, que igual vale para la portada de un extraordinario de Mundo Obrero que para un ejemplar de Alfa y Omega. Pero a su paso se marchitan las flores de los jardines de España, y flotan panza arriba los peces en las orillas de los ríos. En Venezuela, donde fue a mediar, ya han cerrado hasta las gasolineras. Es el tipo de hombre que al ir a pagar en la cafetería, tira al suelo de un codazo involuntario los vasos y las botellas del mostrador y tropieza con el camarero que lleva la bandeja, mientras el dueño, entre alaridos, le pide que se vaya, que invita la casa. Entre un individuo así y la indefensa población civil debería establecer la ley una distancia sanitaria. Él es quien ha dejado a España irreconocible. Su corazón y lo que con muchas reservas podríamos llamar su cerebro están con Sánchez, más que con Díaz. Pero la llamada antigua del escalafón lo lleva al orden constitucional. Cuídese de él, presidenta, si quiere llegar a la secretaría general del PSOE. Piense que ha dicho de usted que «sobre todo, tiene una afirmación de lo que es el PSOE». ¿De veras tiene usted eso, señora?

Con su retórica de mercadillo, la candidata ha llenado Madrid de gritos en forma de discurso, aplausos y añoranza de Cicerón. Peor están en Barcelona. Poblaban el pabellón de la buena nueva patriarcas del antiguo testamento socialista, redactores del nuevo, militantes de cuota y entusiastas de autobús. Todos recibieron lo que habían ido a buscar: un poco de notoriedad. La protagonista, levitaba. Y le sigue quedando Andalucía. De nuestra Susana no pueden esperarse grandes creaciones, pero tampoco grandes destrozos. Con eso hay para gobernar a los pueblos en estos tiempos poco exigentes. Rajoy es la prueba.

El PP andaluz se hace ilusiones, necesita poco para eso, y desea que la presidenta de la Junta pueda decir muy pronto: «volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance». Así podrán ellos ocupar, en las próximas elecciones, el nido vacío. Pero Juan Manuel Moreno me parece un Rodríguez Zapatero sin peligro, que es lo más parecido a un elogio que se le ocurre a uno. Tampoco es que se trate de suceder a Winston Churchill, tiene usted razón, joven.

Mientras, Pablo Iglesias ve con preocupación cómo el ascenso de Susana Díaz oscurece a Pedro Sánchez. Sus ansias de poder se van a quedar en «una vaga astronomía de pistolas inconcretas». Pero el dueño de Podemos es un hombre con recursos, y lleva tiempo investigando sobre el uso político de los genitales, para mantener el cerebro ocupado.

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