Rafael A. Aguilar - EL NORTE DEL SUR

Adiós papá

Uno de los once mil cordobeses con alzheimer: «¿Cómo te va la vida, hijo mío?», le pregunta a un perfecto extraño

El hombre agarra mi mano como si no me la fuera a soltar nunca, como si me estuviera esperando desde hace muchas horas y me pregunta que cómo están los trillizos , que si anda bien la abuela, que si nuestro equipo ha vuelto a subir a primera, que si le he cambiado el aceite al «doscaballos» porque si no estamos en lo que estamos el auto se gripa, que a él le pasó una vez subiendo a la Sierra y que le costó un dineral llevarlo al taller, y que si han llegado a la gestoría los papeles de Hacienda , que hay que estar pendiente. Tiene una edad indefinida entre los setenta y los ochenta y largos años y sujeta mi brazo con la fuerza y el cariño con los que se demuestra un afecto muy cercano. « ¿Cómo te va la vida, hijo mío? », dice el anciano a media voz sentado en un sillón con orejeras, casi ortopédico, situado en un lateral de la sala de la asociación de la ciudad que asiste a personas con alzheimer . Es un jueves luminoso de calor intermitente y los políticos y los periodistas llegan sudando al acto de homenaje a las personas con este tipo de demencia mientras los noticiarios de la radio vomitan las últimas novedades del lío en Cataluña. Lo que pasa fuera de esos muros cercanos al Parque Cruz Conde le es bastante indiferente a este vecino, y desde hace tiempo. «Disculpe, señor, no, yo no soy su hijo , solo quiero hablar con usted porque soy periodista y tengo que escribir un reportaje». O no me escucha o no quiere hacerlo, sigue a lo suyo, que es a mirarme a los ojos. « Te han salido canas. Muchas », añade.

Él es uno de los once mil cordobeses que han olvidado hasta su nombre y que apenas recuerdan nada de lo que fueron de tal modo que construyen su sitio en el mundo a base de unos cuantos retales de la memoria . «Te veo bien. Dale un beso a los niños. Y toma un poco de dinero para cuando vayan a la Feria», acierta a explicar el paciente, que se echa la mano al bolsillo trasero de su pantalón. «Dónde habré puesto la cartera», lamenta antes de alzar la vista al otro lado de la sala de estar en la que una decena de enfermos de una edad parecida a la suya hacen cuentas elementales con cuadernos para niños de Primaria, atienden a una partida de cartas o, en el peor de los casos, tienen la mirada perdida en algún lugar de más allá de las ventanas por las que entra, quizás, la última brisa ligera del verano. «Ya nos hemos visto, ya nos podemos ir a casa, que la abuela tendrá preparada la comida y ya sabes que no le gusta si nos retrasamos en la mesa y nos llevamos la cuchara a la boca con el guiso frío. Anda, vámonos. Hijo», concluye el octogenario y hace un ademán de levantarse. Su interlocutor recuerda las palabras que ha dicho hace un rato la presidenta de la Asociación Alzheimer Córdoba , Ascención Gómez -«si alguien puede reconocerlos ellos siguen siendo alguien»-, y se despide de él con una mentira piadosa: « Adiós papá ».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación