Pintura de la mártir Emilia Fernández
Pintura de la mártir Emilia Fernández - ABC
RELIGIÓN

La Iglesia beatifica a la «perla» gitana

Emilia Fernández «La Canastera» es una de las dos mujeres de entre los 115 «Mártires de Almería» a los que se les rinde tributo

ALMERÍA Actualizado: Guardar
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Cuando el 25 de enero de 1939 su corazón dejó de latir ninguno de los presentes, de los que oficiaron su entierro y arrojaron sus restos a la fosa común del cementerio almeriense de San José, o los que la llegaron a conocer en vida imaginaron que casi ocho décadas después Emilia Fernández Rodríguez se convertiría en la primera mujer de etnia gitana beatificada en el mundo. «La Canastera» de Tíjola es una de las dos mujeres existentes entre los 115 «Mártires de Almería».

Haber sufrido la muerte por odio a la fe. Eso es lo que une a los 95 sacerdotes, uno de los cuales es religioso franciscano, y 20 seglares, protagonistas con nombre propio del homenaje a título póstumo que ha decretado celebrar el Papa Francisco; un hecho extraordinario en la historia contemporánea de la Diócesis de Almería.

El sábado el Palacio de Exposiciones y Congresos de Aguadulce alberga el solemne acto de beatificación de los conocidos como los «Mártires de Almería», quienes encontraron la muerte por el «profundo odio contra la iglesia católica» que se propagó durante la Guerra Civil.

De entre todos ellos mención especial tiene la «perla» de la beatificación. Nacida y criada en las cuevas de Tíjola, en el seno de una gran familia gitana, desde niña supo abrirse un hueco entre sus conciudadanos por su habilidad para fabricar con sus manos cestos de mimbre. Como canastera se ganó la vida y el amor que le rindió a Juan Cortés Cortés, con quien contrajo matrimonio en 1938 a la edad de 24 años, fue lo que le llevó a dar con sus huesos en la cárcel de «Gachas Colorás». Su marido no quería cumplir con el servicio militar obligatorio, consciente de que sería enviado al frente a luchar, y ella anhelaba que siguiera a su lado. Entre los dos idearon un plan perfecto para que éste fuera desechado para integrarse en el ejército. Emilia le roció los ojos con un producto de sulfatar, lo que le provocaría una ceguera temporal. Pero la Guardia Civil se percató del truco y les detuvo.

En la tarde de 21 de junio del año de su boda fue recluida en una celda en avanzado estado de gestación. En un juicio rápido, celebrado apenas 15 días de su ingreso en prisión, fue condenada a seis años de cárcel. Fue hacinada junto a más de 300 mujeres católicas, perseguidas por su fe. A escondidas rezaban el rosario, se interesó tanto por la religión que pidió a una de las presentes que le enseñara. La directora de la prisión quiso que le revelara el nombre de la que estaba siendo su catequista, una paya llamada Dolores del Olmo, y su negativa la condujo a una celda de aislamiento. Sobre un colchón de esparto en la madrugada del 13 de enero de 1939 alumbró a una niña, bautizada con el nombre de María de los Ángeles. El parto le provocó una gran pérdida de sangre, que obligó a su traslado en coche de caballos hasta el hospital.

La particular ambulancia le ocasionó más sufrimiento y mal, hasta el punto de que las lesiones se agravaron. Quiso el gobernador civil que regresara a la prisión para que pasara en ella sus últimos días, no sin antes arrebatarle a su hija, de la que nada más se supo y que de estar viva cuenta con 78 años de orfandad. El 25 de enero Emilia perdió la vida.

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